jueves, 26 de agosto de 2010

...Pasadena

Vuelvo a escribir, esto que simplemente es el relato de una de las experiencias más bonitas de mi vida, ni se acerca a ninguna novela, ni a nada por el estilo, es algo "informal" pero sincero...algo más tranquilo que ayer (mi sobrino Marcos duerme) y con un calor que reaparece en este verano algo más caluroso que sus antecesores y no me deja descansar, abro el portátil, necesito tener la mente ocupada así que continúo...


Pasaba febrero y transcurrían los días, poco a poco íbamos conociéndonos más, desde el primer día quedó claro que aquella relación no iba a ser un simple lío entre jóvenes, al menos eso se palpaba en nuestras caras, en nuestros ojos brillosos cuándo nos mirábamos frente a frente.

Pasaron dos semanas sin vernos, ya que el fin de semana siguiente a nuestra cita eran carnavales y los planes de fiestas para uno y otro ya estaban cerrados, así el reencuentro sería más apasionado, a pesar de ello nuestro contacto era diario, ya fuese a través de móvil, correos o messenger. Era constante, todas la mañanas, todas la tardes, todas la noches, siempre había un mensaje de cariño, mensajes que nos hacía estar en una nube (a veces empalagosa) de amor mutuo.

No había dudas, debíamos, teníamos, queríamos, necesitábamos quedar y vernos otra vez, en nuestras agendas no había lugar para otros temas, solo estábamos nosotros.

Esta vez, decimos cambiar de zona (cualquiera en Cáceres es maravillosa) y nos quedamos por el “Nuevo Cáceres”, fuimos a un bar del que no recuerdo el nombre, de madera, ochentero, había una familia con sus hijos pequeños, todos rubios, como suecos, a cuál de ellos más gracioso y granujilla, venían a menudo a nuestra mesa y nos decían; ¡Hola!...¡Hola!, hasta que su madre una mujer muy joven y alta les dijo; ¡Pablo!, ¡Rubén! dejad a los chicos tranquilos y yo pensaba ¿más de lo que estamos? . Y es que con Iván el tiempo no era tiempo, el tiempo era relajación, era como un baño en las piscinas naturales de Jaraíz de la Vera, era como tumbarte en la playa al atardecer y escuchar las olas del mar, era como tirarte en el césped recién regado, era algo…mágico.

Una vez terminada aquella nueva tarde, nos pusimos nuestros abrigos (esta vez él acertó y venía más abrigado) y paseamos por aquellas calles de un urbanismo nuevo, perfectamente trazas, con sus jardines amplios entre edificios, hasta que llegamos al sitio en el que íbamos a cenar. Se trataba de un lugar que lo recomiendo a todos, Pasadena, con una gran variedad de platos, que van desde los mejicanos a los americanos sin olvidar las ensaladas de nueces, sí, en ese lugar íbamos a cenar de no ser, que debido a su éxito ya no había mesa libre y tuvimos que hacer cambio de planes, queríamos algo rápido para tener más tiempo para nosotros y la votación fue unánime: Macdonalds.

Todo el encanto de la cena planificada la semana anterior se había perdido yendo a un lugar de patatas fritas y hamburguesas, pero al carajo, estábamos juntos, nada nos importaba más que nosotros, ni siquiera los formalismos de una cena.

Fue una cena rápida, divertida, porque es casi imposible no mancharte con los mil y un ingredientes que le echan a los bollitos, después llegó el postre, uno helados que me empeñé en tomárnoslo en el coche camino a casa.

Y como venía siendo una tradición, después de la cena llegó el paseo por la céntrica avenida Alemania, hacía un poco de frío, pero daba igual, allí estábamos, abrazándonos, cogiéndonos de la mano, besándonos. Ya en el coche la despedida de aquel día mejoró sustancialmente, nos abrazábamos como si no fuéramos a vernos nunca más, escuché una vez que abrazar es una grandiosa medicina, al parecer transfiere energía, y da a la persona que es abrazada un estímulo emocional, se dice que necesitamos cuatro abrazos al día para sobrevivir, ocho para mantenernos, y doce para crecer. En definitiva un abrazo te hace sentir bien. De esto yo, ¡estoy totalmente de acuerdo!

La noche iba pasando, hablábamos y hablamos, entre palabra y palabra, siempre llegaba algún gesto de cariño, alguna caricia, algún beso, algún abrazo, hasta que llegó la hora. Eran las tres de la mañana, tarde porque él tenía que ir a su pueblo cerca de Cáceres y las nieblas de estas fechas me daban pánico, no quería que se fuese muy tarde, ya que vivía con sus padres y sé cómo a mi madre le atacan los nervios al ver que me retraso demasiado en una noche de nieblas, con lo cual, nuestro día había terminado, solo por unos días, hasta la próxima vez. Aún nos quedaba mucho tiempo juntos...

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